miércoles, 27 de marzo de 2013

Dulzuras y ternuras de hooligans (Eduardo D. Aguinaga)*


Desde 1979, Dick Hebdige —en su maravilloso Subculture refería al fenómeno hooligan con la nada. Una carencia de sentido, irracional. Lo de Hebdige no era algo personal, se trataba sólo de un ejemplo para explicar el “proceso de recuperación” que adopta el Estado mediante los aparatos ideológicos y las industrias culturales para intentar reparar lo que debería ser una brecha irreparable en ciertas microsociedades. El proceso radica en 1) la conversión (masificación) de signos subculturales y 2) la redefinición de la conducta desviada, por parte de la hegemonía: se trata de formas mercantiles e ideológicas.

El mismo autor menciona que algunos estudios provenientes desde la sociología, han ofrecido explicaciones del porqué dichos grupos tienden a provocar estos “brotes de histeria” y cómo, por ejemplo, ideológicamente, la prensa amarillista hace la contraparte; folk devil (grupo maldito) le llamaron al fenómeno, problema o lo que sea esto. Al final, como siempre, bien se sabe “que la representación de las subculturas en los medios las muestra más y a la vez menos exóticas de lo que realmente son. Se dirían formadas por alienígenas peligrosos que a la vez son niños revoltosos, animales salvajes que a la vez son mascotas traviesas” (Hebdige, Op. Cit.).

Esta visión pequeñoburguesa, atemorizada por el inminente peligro del “Otro” (¿Aquí?: el hooligan), siempre amenazante y hostil, ha diseñado dos estrategias para amaestrar y reformarle: a) se niega la diferencia, se desnaturaliza y domestica; y b) es transformado en algo exótico y sin sentido, una payasada. En este caso —dice Hebdige— están, entre otros, los hooligans ubicados, por esta visión, “más allá ‘de la decencia común’, clasificados como ‘animales’ […] como ‘gente que […] no pertenece al género humano’…”, como dulces y tiernas bestias que no ameritan, a pesar de la indiferencia absoluta de la otredad, ser tomadas en cuenta.

El fenómeno hooligan pasó inadvertido, por años, en el quehacer sociológico y antropológico, lo mismo sucedió aparentemente en el cine y no así en la música, además, característica de estos grupos (p. ej. John Holt, The Smiths, Bob Marley, Cock Sparrer, The Business, etc.). El cine y el fútbol en las gradas tienen sus antecedentes en filmes como The Firm (Al Ashton y Alan Clarke, 1989), siendo a partir de la década de los noventa que surge una importante producción cinematográfica que retrata, la mayoría de las veces, historias inglesas de clubes como West Ham o Arsenal y de la vida real (Carlton Leach o Cass Pennant). Nunca, jamás, el punto de partida podría ser Green street hooligans (2005), que es, más bien, un producto (idealización) de la masificación y redefinición, un modo suave o light, porque ¿qué es eso de que el héroe de la película sea Elijah Wood (A.K.A. Frodo)? ¡Carajo, por Dios! ¿Ese pequeñete y por demás gringo, como un salvaje miembro de una firma del West Ham? No haría falta más que un grito amenazante para enviarle llorando a casa con la sensación de tener un trasero bien pateado. Así, mejor, hablar de buenas películas, partiendo de los siguientes casos.
The Firm


Caso 1: Fever pitch o Fuera de juego (1997)

Caso 2: Ultra’ (1991)

Caso 3 y 4: Cass (2008) y The Firm ( 2009)

Caso 5 y 6: Awaydays (2009) y The Football Factory ( 2004)







*Fragmento de la publicación: D. Aguinaga, Eduardo (2012). “Dulzuras y ternuras de hooligans”. En El Fanzine del Cerdo Violeta No. 3. Santa Maradona… Ruega por nosotros. León, México, pp. 23-26.

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