Desde 1979, Dick Hebdige —en su maravilloso Subculture— refería al fenómeno hooligan con la nada. Una carencia de sentido,
irracional. Lo de Hebdige no era algo personal, se trataba sólo de un ejemplo
para explicar el “proceso de recuperación” que adopta el Estado mediante los
aparatos ideológicos y las industrias culturales para intentar reparar lo que
debería ser una brecha irreparable en
ciertas microsociedades. El proceso
radica en 1) la conversión (masificación) de signos subculturales y 2) la
redefinición de la conducta desviada, por parte de la hegemonía: se trata de
formas mercantiles e ideológicas.
El mismo
autor menciona que algunos estudios provenientes desde la sociología, han
ofrecido explicaciones del porqué dichos grupos tienden a provocar estos
“brotes de histeria” y cómo, por ejemplo, ideológicamente, la prensa amarillista hace la
contraparte; folk devil (grupo
maldito) le llamaron al fenómeno, problema o lo que sea esto. Al final, como
siempre, bien se sabe “que la representación de las subculturas en los medios
las muestra más y a la vez menos
exóticas de lo que realmente son. Se dirían formadas por alienígenas peligrosos
que a la vez son niños revoltosos, animales salvajes que a la vez son mascotas
traviesas” (Hebdige, Op. Cit.).
Esta visión pequeñoburguesa, atemorizada por el
inminente peligro del “Otro” (¿Aquí?: el hooligan), siempre amenazante y hostil,
ha diseñado dos estrategias para amaestrar y reformarle: a) se niega la
diferencia, se desnaturaliza y domestica; y b) es transformado en algo exótico
y sin sentido, una payasada. En este
caso —dice Hebdige— están, entre otros, los hooligans ubicados, por esta
visión, “más allá ‘de la decencia común’, clasificados como ‘animales’ […] como ‘gente que […] no pertenece al
género humano’…”, como dulces y tiernas bestias que no ameritan, a pesar de la
indiferencia absoluta de la otredad,
ser tomadas en cuenta.
El fenómeno
hooligan pasó inadvertido, por años, en el quehacer sociológico y
antropológico, lo mismo sucedió aparentemente en el cine y no así en la música,
además, característica de estos grupos (p. ej. John Holt, The
Smiths, Bob Marley, Cock Sparrer, The Business, etc.). El cine y el fútbol en las gradas tienen sus
antecedentes en filmes como The Firm
(Al Ashton y Alan Clarke, 1989), siendo a partir de la década de los noventa
que surge una importante producción cinematográfica que retrata, la mayoría de
las veces, historias inglesas de clubes como West Ham o Arsenal y de la vida
real (Carlton Leach o Cass Pennant). Nunca, jamás, el punto de partida podría
ser Green street hooligans (2005), que
es, más bien, un producto (idealización) de la masificación y redefinición,
un modo suave o light, porque ¿qué es
eso de que el héroe de la película sea Elijah Wood (A.K.A. Frodo)? ¡Carajo, por
Dios! ¿Ese pequeñete y por demás gringo, como un salvaje miembro de una firma
del West Ham? No haría falta más que un grito amenazante para enviarle llorando
a casa con la sensación de tener un trasero bien pateado. Así, mejor, hablar de
buenas películas, partiendo de los siguientes casos.
The Firm |
Caso 1: Fever pitch o Fuera de juego (1997)
Caso 2: Ultra’ (1991)
Caso 3 y 4: Cass (2008) y The Firm ( 2009)
Caso 5 y 6: Awaydays
(2009) y The Football Factory ( 2004)
*Fragmento de la publicación: D. Aguinaga, Eduardo (2012). “Dulzuras y
ternuras de hooligans”. En El Fanzine del
Cerdo Violeta No. 3. Santa Maradona… Ruega por nosotros. León, México, pp.
23-26.
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