Hemos dado con un error editorial, exclusivo del momemento de edición y maquetación. Pedimos disculpas a nuestra colaboradora, ya que este problema es ajeno a su texto: faltó un parrafo en la página 23 (aquí resaltado en violeta). Así que acá dejamos el cuento completo:
Je suis Victoire, ou Defaite?***
Texto: Laisa López
Pinturas: Claudio Montañez
Qué
razón tiene Eusebio al cuestionarse: si hay una cerveza que se llama Victoria –de
la cual, por cierto, soy fiel consumidora–
¿por qué no hay otra con el nombre Derrota? ¿O fracaso?Pues bien, me llamo Victoria
Mata. Y mi nombre, como el de la cerveza, poco tiene que ver con la vida que he
llevado, más bien, todo lo contrario. Cuando muera, mi epitafio diría algo
como: “Victoria: La mujer que se equivocaba en todo”. Sin embargo, sigo aquí,
sujetándome de una cuerda que poco a poco se va deshilachando, desmembrándose
como mis venas. Resisten.
Ahora que es evidente mi pesimismo, puedo decir que
no siempre fue así. Yo no era así. En cambio, debo decir que, sí, toda esta
fatalidad se ha configurado a lo largo de mi vida. En el camino. Cuando se
busca la felicidad. Con motivos varios de grandes ilusiones. Con verdaderos
ovarios. Hasta que, una madrugada cualquiera, caí en la cuenta de que no la
podía ni rozar, ni siquiera verle a lo lejos. Ni el Prozac, ni mis homónimas me
la han dado. Comienzo a convencerme de que, tal vez no existe, sino que, en
cambio, es sólo una senda de la que nos aferramos en seguir. Lo que nos
mantiene en pie cuando todo está severamente jodido.
Ese día, fue un sábado por la noche, me preparaba
para salir. Alaciado: ¡al fin! Maquillaje: listo. Vestido oscuro sobre mi
blanca dermis: también listo. Espero la llamada de mi amiga y justo cuando me
encuentro con la idea de: Por qué siempre es tan tardada, caraj… ¡Ring-Ring! El teléfono me interrumpe.
Es Emma para saber si estoy lista, le digo Sí, ya salgo. Y lo hago, y vuelvo a
pensar: En el camino compraremos un six
de Estrella y unos cigarros Camel. Y lo hacemos. Emma sólo fuma
cuando bebe, y fuma de la buena, para
entonces, yo ya llevo el quinto cigarrillo del día y el sexto esfumándose entre
mis labios.
Por la tarde, Emma había regresado de un largo
viaje por el sureste del país. Últimamente se halla en una especie de mímesis
que la asemeja a una hippie: me contaba que había conocido todos los
temazcales de Chiapas, Tabasco y hasta de poblados guatemaltecos. Compró una
bicicleta pues dice Es el mejor medio de
transporte: no contamino, no gasto y me ejercito. Incluso, regresó
diciéndome No más tacos de pastor
terminada la estancia en el bar, hasta se hizo vegetariana ¡por Dios!
Porque debo contarles que la vi tragar hasta 10 de esos taquitos oaxaqueños,
con doble tortilla. Ahora mismo me dice: Intenta
vivir alejada del estúpido consumo, yo ya. La escucho y me parece
contradictorio, hablar del temazcal y de las cubas con ron y Coca cola, simultáneo. Estas actitudes comenzaron
hace, si acaso, unos meses ¿cuatro? no sé, que es el tiempo que yo llevo con mi
chico. A raíz de esto, fue que nos empezamos a distanciar. En aquel entonces:
Yo con zapatos rojos y vestido negro. Ella con vestido rojo y
zapatos negros.
Llegamos a la fiesta. Sólo diez personas. Saludamos
penosamente, aún no tenemos el valor (etílico) para comportarnos de la manera
que lo hacemos cada fin de semana. Los chicos nos buscan. Se me acercan como
pirañas -Te invito una copa, ¿Un tabaco?
¿Quieres bailar?-, pero la sola idea de estar con alguien más después de él me causa repulsión. Así, conforme
pasan los minutos, la cosa se hace cada vez más divertida. Y después del six de Estrella y dos cubitas llega él: Federico. Nuestra
relación es como diría el incómodo Facebook: “Una relación complicada”, pero por algunos motivos
indescifrables, yo lo quiero. Después de un par de horas de chachareo, el
alcohol ya ha hecho efecto, más de lo debido, le digo a Federico que nos
vayamos, él aún no quiere irse y en cambio me dice:
– ¿Quieres otra cerveza?
–Sí, pero de cualquier forma quiero irme. Me siento
mal Federico, últimamente me mareo muy seguido,
y tengo agruras, supongo es por beber más de lo normal –Digo yo.
–Te ves guapa ¿qué hacemos? ¿Será que podré
rescatar la noche? –Responde él.
–Sí, pero
vámonos de aquí, que sean dos cervezas para el camino. Las guardaré en mi bolso
–Le contesto yo.
Y nos fuimos, caminando por la Calzada, no recuerdo
de qué hablábamos. Reíamos y bebíamos como Henri Chinaski y compañía. No sabría
explicar quién era quién. Él se balanceaba de un lado a otro, supongo que yo
hacía lo mismo. Caminamos largo rato, al menos eso me pareció. Llegamos a su
casa, sucedió lo inevitable…, nada que no haya pasado antes ¿Después? Tenemos una discusión, al parecer sin motivos, o al
menos no los recuerdo –las borracheras siempre tienen ese momento en declive-, y
antes de terminar con mi discurso… él se queda dormido. ¿Y yo? Yo no puedo, me
siento mal, las lágrimas oscurecidas cubren todo mi rostro, nunca me había
sentido tan sola.
Cuando despierto él ya está preparando el desayuno
y un par de micheladas, se percata de mi estado en proceso de descomposición
y se acerca, me abraza y me da un beso. Entonces,
olvido momentáneamente lo ocurrido de madrugada
y, se han dado cuenta, así es nuestra dinámica: mecánica. Mientras comemos,
pienso en si nuestra relación sólo es un juego que los dos hacemos para
satisfacer nuestras necesidades individuales, o no. Para no salirnos de esa
senda añorada, o sí.
Horas más tarde, me voy caminando a casa. Sola. Harta
de esa dinámica. Entro sigilosamente. Mientras estoy atrincherada en mi recámara,
escucho que mi madre abre la puerta de la fachada, se va. Aprovecho para salir
y tomarme algo para la cruda. La
resaca es insoportable. Entretanto, me cuestiono ¿Por qué continuo entre
cuchillos filosos? Y, pero ¿qué puede hacer alguien cuando están, como vecinas,
la soledad, el miedo, la angustia, las peleas, los gritos? Bajo esas circunstancias,
el alcohol, constante, no parece tan mala opción para yuxtaponerlo como mi roommate.
Camino de un lado a otro, siempre topándome con
alguna de las paredes de mi habitación. Tengo un par de días sin conseguir
dormir. Seis llamadas perdidas en mi celular, son de Federico. Vuelve a sonar, es
él, otra vez, no contesto, enseguida le mando un mensaje: Ya no te amo. Siento
que la cabeza está a punto de estallarme; lloro, río, grito, todo sincronizado.
En una de las esquinas de esas cuatro paredes, comienzo a quemar fotos, y demás
cosas que encuentro, todas, recuerdos de él. Se empiezan a incendiar junto con
las cortinas y mis cuadros, y yo me siento en el centro de la habitación a
contemplar el espectáculo. Poco a poco las llamas comienzan a transmutar todo,
se acercan hacia mí. Puedo respirar el final y aun así me siento tranquila,
cierro los ojos y espero. Sólo espero... preguntándome ¿Será que podré renacer
de entre las cenizas?
Mientras estoy en pleno trance, me parece escuchar
un sonido repetitivo, insistente, importuno. Es el timbre del teléfono, una vez
más. No lo atiendo, estoy en lo mío. Después de varias llamadas continuas,
entra el contestador, en automático, y una vocecilla aguda que interrumpe mi anhelado momento, dice:
-¿Victoria? Soy Emma. We, estoy aquí
afuera de tu casa. ¿Por qué está saliendo tanto humo de ella? Victoria sal, me
encontré algo que te va a gustar, vamos a beber.
Sus palabras me han regresado a la
realidad. Medio mareada. Medio somnolienta. Cada vez hay menos oxígeno. Cierro
los ojos de nuevo pero ya no puedo regresar. Me hago consciente de mi cuerpo,
de la sed que tengo y lo único que se me viene a la cabeza es la imagen de una
cerveza, se me hace agua la boca. Inmediatamente, me paro y corro hacia la
puerta, en tanto, siento el calor en mis piernas, algunas llamas rozan con mi
piel. Cinco minutos: salgo de casa llena de tizne y con la ropa hecha trizas.
Emma está sentada en la acera de enfrente y me pregunta que por qué huelo a
carne asada. Nos vamos caminando mientras aquello se hace cenizas. Ese fue el
apocalipsis de mi pasado, nunca más lo he vuelto a ver. Ahora sigo haciendo lo
mismo de antes pero un poco mejor, así que Victoria ou
Fracaso? Appelez-moi comme vous voulez.
***Publicado originalmente en López, Laisa (2012). "Je suis Victoire, ou Défaite". En El Fanzine del Cerdo Violeta No. 1. Enero. Apocalipsis ¿Ahora? León, México. pp. 22-24.