Nos encontraremos en la última encrucijada, Peer;
veremos al final… No digo más.
veremos al final… No digo más.
Peer Gynt, acto V, cuadro décimo, Henrik Ibsen
En la antigüedad la muerte era tan compleja y misteriosa
como lo es hoy. La muerte no perdona, se lleva a todos por igual. Según los
griegos, todos iban al inframundo al morir, las buenas personas a los Campos
Elíseos, las malas al Tártaro, pero todos compartían un destino común. El
cristianismo, por otro lado, nos ofrece una alternativa, una nueva vida, ya sea
de gozo eterno o de sufrimiento sin fin, dependiendo de cómo hemos cuidado la
integridad de nuestra alma. Sin embargo, una de las interpretaciones más
interesantes que he encontrado de la muerte nos la ofrece Henrik Ibsen en su
obra de teatro "Peer Gynt". Al final de una vida llena de aventuras,
engaños, decepciones y triunfos personales, Gynt se enfrenta con una figura
enigmática que le sigue durante los cinco actos de la obra, al cual conocemos
sólo como "el fundidor". La labor de éste espíritu es recoger el alma
de Gynt y fundirla de nuevo, con el fin de borrar toda memoria que el mundo
pueda tener de éste hombre y crear una nueva alma, una que tenga la oportunidad
de empezar desde cero. El terror de Gynt lo lleva a pedir nuevas oportunidades,
a buscar un medio de salvarse. No puede aceptar el hecho de que desaparecerá
por completo, que su individualidad se verá violada y mezclada con tantos otros
que tampoco supieron aprovechar su vida. Al final, Gynt encuentra el único
recurso que logra salvarlo, pero las palabras del fundidor son contundentes...
volverá por él.
Dibujo: Gerardo Pacheco, Sin título. |
Quizá lo que más nos asusta de la muerte no sea el dolor, el
abandono por parte de otros, o cualquiera que sea la imagen que tenemos de ese
extraño final. Lo que verdaderamente nos aterra es la incertidumbre, el no
saber que hay más allá de la existencia terrena. ¿Hay una vida eterna, un
Cielo, un Infierno, un Tártaro? ¿Hay acaso una desaparición completa de la
esencia personal? ¿Hay una reencarnación? Lo único que podemos afirmar es que
nuestro conocimiento es nulo, y lo seguirá siendo, no hay más remedio. La fragilidad
de la propia existencia es una dura carga, intelectual, espiritual, totalmente
humana. No hay forma de escapar de ese sentimiento de abandono que nos da la
ignorancia, como tampoco podemos escapar de la misma muerte. Todos hemos de
morir, de desaparecer. Tal vez algunos logren conservar su nombre en la memoria
de los hombres en los años venideros, pero nada más, la esencia desaparecerá.
*Fragmento de la publicación: Celaya Díaz, Eduardo (2013) “Reflexiones
sobre la muerte” En El Fanzine del Cerdo Violeta No.5 Enterrados vivos. León,
México, pp. 5-6.
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